Cómo tener mejores escuelas

jueves, 31 de enero de 2013
Rebuscando entre los libros de mi biblioteca he encontrado un antiguo ejemplar de la colección Actualidades pedagógicas publicado en España en 1931. Su título: Cómo tener mejores escuelas; sus autores: Carleton Washburne y Myron M. Stearns. No recordaba que lo tenía, lo compré en una librería de segunda mano en mi época de la universidad.
Casi sin querer, he empezado a pasar sus páginas y he leído algunos fragmentos que me han llamado la atención y que no me resisto a reproducir:

"La educación tendrá que ser a la vez social e individual y desarrollar en cada niño las capacidades de que es susceptible, de modo que pueda contribuir al bien social"
 ¡Qué depresión! En alguno de los posts que he escrito recientemente he llegado a conclusiones muy parecidas a la de la cita y que dichas en la actualidad parecen una innovación en el mundo de la educación...
He llegado a la conclusión de que hay que leer más y, lo que es más importante, que hay que dejar de hablar de teorías y, aunque sea educar a contracorriente, empezar a hacer las cosas como sabemos que hay que hacerlas y no como las hacemos por tradición y desidia.
"Examinad el cuaderno de notas de un niño. ¿Qué es lo que está allí apuntado?: lectura, escritura, aritmética, dictado, historia, geografía, lenguaje, conducta. (...)
¿La educación del carácter? Si se ocupan de ello, es de un modo accidental (...).
¿El desenvolvimiento de la consciencia social? La mayor parte de los niños -y la mayoría de los maestros- ni siquiera saben lo que significa.
¿El intento de descubrir en cada individualidad infantil la capacidad latente y algún esfuerzo para desarrollarla en el grado posible? No hay tiempo para ello."

No he podido evitar el pensar en la educación emocional, en la educación para la ciudadanía, en la teoría de las inteligencias múltiples... ¡Muchas de las cosas por las que luchamos cada día por incorporar en las escuelas del año 2013!
Para acabar dejo esta cita sin ningún comentario (sobran las palabras) y la promesa de leerme el libro a fondo y explicaros todas las joyas que encuentre:
"Por tanto, mientras no mejore la situación política de modo que todo avance que se logre en la administración escolar signifique un paso definitivo, todo el provecho que se obtenga corre el peligro de perderse fácilmente"

Educar: entre el derecho, el deber y el placer

lunes, 28 de enero de 2013

Yo –decía el Principito–, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría poco a poco hacia una fuente...” Antoine de Saint-Exupéry

Convendría que nuestros gobernantes no olvidaran que el artículo 28 de la Convención Internacional de los Derechos de la Infancia reconoce el derecho del niño a la educación. Además, en el artículo 29 se indica que la educación deberá estar encaminada a desarrollar la personalidad, a inculcar el respeto por los derechos humanos, por sus padres y por su propia identidad cultural, así como a preparar al niño, para asumir una vida responsable en una sociedad libre.
Para que la educación sea un derecho significativo tiene que ser asequible, accesible, aceptable y adaptable. El concepto de estas 4-A fue elaborado por la ex Relatora Especial sobre el derecho a la educación, Katarina Tomaševski:
-Asequibilidad: que la enseñanza es gratuita y está financiada por el Estado y que existe una infraestructura adecuada y docentes con formación específica para dar clases.
-Accesibilidad: que el sistema es no discriminatorio y es accesible a todos, y que se adoptan medidas positivas para incluir a las personas en riesgo de marginalidad.
-Aceptabilidad: que el contenido de la enseñanza es relevante, no discriminatorio, culturalmente apropiado y de calidad.
-Adaptabilidad: que la educación puede evolucionar a medida que cambian las necesidades de la sociedad y puede contribuir a superar las desigualdades. Y que puede adaptarse localmente para adecuarse a contextos específicos.
Teniendo acceso a la educación, las personas podemos desarrollar las destrezas, la capacidad y la seguridad que necesitamos para obtener otros derechos. Este es el motivo de que garantizar el derecho a la educación sea tan importante.
Pero tener derechos implica a su vez tener deberes. Derecho y deber son las dos caras de una misma moneda. Entre los deberes de los escolares podemos destacar el estudio, la asistencia a clase, el respeto al profesorado, el respeto de los valores democráticos, las opiniones, la libertad de conciencia, las convicciones religiosas y morales, la dignidad, integridad e intimidad de todos los miembros de la comunidad educativa y las normas de convivencia que las regulan.
La escuela se fundamenta en el “deber”, pero el impulso para el aprendizaje tiene su base en el “placer”. No se llega al aprendizaje a través de la “obligación” sino a través de la “significación”. No se llega al aprendizaje a través del “sufrimiento” sino a través del “gozo”.
Que nuestros alumnos tengan el deber de aprender para hacer en el futuro un mundo mejor, no significa que no puedan disfrutar del proceso. Para los niños lo que de verdad importa no es el destino, sino el camino. Ya no es tiempo de “la letra con sangre entra” (ver cuadro de Goya) sino de participar activa y gozosamente de la construcción del aprendizaje. No es necesario que el periodo de educación obligatoria sea una tortura.
La educación escolar pretende hacer adultos a los niños, y quizá sería conveniente que les ayudara a ser niños. En la escuela, al niño se le considera más por lo que será que por lo que es. Porque como dice Francesco Tonucci: “(Los niños) nos piden que compartamos el presente y nosotros les decimos que trabajamos para su futuro.”
Si construimos una escuela que tenga en cuenta más el presente de nuestros alumnos que su futuro, edificaremos una escuela capaz de formar personas capaces de cambiar el mundo.


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¡Profe, deja de darme lecciones (magistrales)!

lunes, 21 de enero de 2013
“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo.” Benjamin Franklin


Si tuviéramos la sabiduría suficiente y el coraje necesario para escuchar la voz de nuestros alumnos, una de sus demandas casi unánime sería: ¡Basta de clases magistrales!

Aunque ya hay una “minoría importante” de docentes que lo han hecho, no es fácil romper con la tradición, con el modo arraigado de transmitir conocimientos en nuestras escuelas. El cambio requiere un enorme esfuerzo por parte de los docentes que solo lo harán si entienden los muchos beneficios que comporta para los alumnos y si reciben la formación continuada y necesaria para sentirse arropados durante el proceso de transición.

Dictar apuntes a alumnos silenciosamente concentrados a tomar notas (e inmóviles en cuerpo y alma) no es la mejor manera de enseñar a unos jóvenes acostumbrados a interactuar gracias a la tecnología, a expresar y compartir sus opiniones e ideas en las redes sociales.

Aunque alguien pueda pensar que últimamente los monólogos están de moda, en las aulas, un soliloquio del profesor (reflexión en voz alta y a solas, porque aunque los alumnos están presentes no interactúan) puede ser de lo más aburrido y desmotivante para los estudiantes 2.0.

Existe la percepción generalizada de que uno de los problemas más importantes de nuestro sistema educativo es que promueve un tipo de enseñanza (basándose en exceso en la memorización) y se le evalúa por parte de los organismos internacionales correspondientes de un modo totalmente contrario, mucho más competencial.

La clave está en dar utilidad práctica a los contenidos teóricos. No basta con saber conceptos y tener la cabeza llena de datos, hay que saber aplicarlos en diferentes situaciones para resolver problemas. No basta con recitar de memoria el teorema de Pitágoras o el principio de Arquímedes, hay que saber aplicarlos en situaciones diversas.
 
Y, aunque para algunos (léase políticos actualmente en el poder) enseñar de este modo solo sea una manera de maquillar los resultados de las evaluaciones internacionales (PISA, PIRLS...), también implica tratar a nuestros alumnos como sujetos activos y responsables en la construcción de su aprendizaje, lo que solo puede suponer ventajas.

 
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El profesor lápiz

miércoles, 16 de enero de 2013
“Si enseñamos a los estudiantes de hoy como enseñamos ayer, les estamos robando el mañana.
” John Dewey


El ánimo de un profesor es como un lápiz, se va desgastando al tiempo que va escribiendo. Da igual si escribe hermosos poemas o complejas operaciones matemáticas, el uso lleva inevitablemente al desgaste.
 
De vez en cuando le sacas punta y el lápiz vuelve a escribir como antes. Pero cada vez que le sacas punta, el lápiz se va consumiendo, haciéndose cada vez más pequeño. Sigue permitiendo escribir con buena letra, pero cada vez reduce más y más su tamaño.
 
Los propensos al desánimo, que desgraciadamente son muy numerosos, pueden llegar a consumirse del todo. Y eso es lo peor que le puede pasar a un profesor. El desánimo, la desmotivación, el desinterés por innovar, el estrés, la desidia... se apoderan de su día a día en el aula y eso lo pagan sus alumnos.
 
Hay unos pocos, los más animosos, los lápices de más calidad, que tardan más en gastarse. Incluso algunos, los que se conocen como lápices de hierro, no llegan a gastarse nunca: se pone una mina nueva y ya está. Son los profesores que se forman continuamente, que buscan nuevas maneras de enseñar, que entienden que la realidad que les rodea es cambiante. Son los que se adaptan a sus alumnos y no hacen que sean los alumnos los que se adapten a ellos. Son los que pueden cambiar la educación, los que van a cambiar el mundo.
 
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Salir de la “zona de confort”: implicaciones educativas

lunes, 14 de enero de 2013
“Nada determina más a un ser humano que su “zona de confort”. Significa el modo en que se ha acostumbrado a pensar y vivir. Lo que hace, lo que deja de hacer, lo que piensa, lo que deja de pensar. Cómo resuelve un problema y cómo deja de resolverlo. El ser humano se instala en su zona de confort y no quiere abandonarla por nada del mundo. Inventa motivos, argumentos lógicos, toda clase de cosas con tal de no tener que cambiar de zona”. Max Landorff


Permitidme que para desarrollar este post utilice un concepto de coaching, la zona de confort, aunque no sea un ámbito en el que me maneje con comodidad.

No soy un gran aficionado al fútbol, pero el interés por este concepto se lo debo a José Mourinho, entrenador del Real Madrid. Para justificar su decisión de dejar en la suplencia a Iker Casillas (ídolo de la afición, capitán de su equipo, campeón del mundo y de Europa), dijo que “estar en una zona de confort permanente no es lo mejor para ningún jugador”. Al margen de la polémica que suscitó, que me importa bien poco, provocó en mí una fuerte inquietud por reflexionar sobre ello.

Podemos definir la zona de confort como el conjunto de límites que la persona acaba por confundir con el marco de su existencia, lo que le impide buscar nuevos retos, tomar iniciativas. No es necesariamente una zona cómoda, en ocasiones aceptamos la incomodidad por nuestra incapacidad de superar el miedo al cambio. Salir de la zona de confort supone una lucha, una batalla contra uno mismo.

El principio en el que se basa esta idea es que todo está en movimiento, nada es estático, y permanecer en la zona de confort es un intento de detenerse o, al menos, de avanzar a ralentí. Salir de la zona de confort para unos pocos “es estar vivo”; para otros, la mayoría, “es agotador, agobiante y estresante”.

He dedicado algún tiempo a reflexionar sobre si esto pudiera estar relacionado de algún modo con alguno de los problemas que afectan a la educación, en general, y en particular al sistema educativo; a pensar sobre si este es uno de los grandes problemas de nuestra sociedad.

Tengo la impresión, porque no puedo aportar datos empíricos, que un porcentaje muy importante de las persona (e instituciones) que estamos relacionados con la educación estamos limitados por nuestra zona de confort.

Seguramente, si eres docente y has llegado hasta este post, no sea tu caso, pero sí que la experiencia del día a día nos demuestra que la realidad que nos rodea tiene mucho que ver con “estar acomodado” a un lugar de trabajo, a una manera de enseñar, a una manera de relacionarse con el claustro... En los centros educativos esto supone una limitación muy importante a la hora de proponer cambios en las programaciones de centro o en la incorporación de las TIC en las aulas, por poner algún ejemplo.

Algo parecido sucede con los alumnos. La mayoría de ellos se limita a aprobar y no tiene interés por aprender. Están condicionados por un sistema de evaluación que valora en función de éxito y fracaso, midiendo de manera uniforme a personas con capacidades distintas.

Por supuesto, las familias, en relación con la educación de sus hijos y su implicación con la escuela, están mayoritariamente instaladas en la zona de confort. Aunque en este caso podría llamarse “zona de comodidad”, pues delega en los centros educativos una tarea en la que inexcusablemente deberían implicarse, de la que deberían participar activa y responsablemente.

En conclusión, abandonar nuestra zona de confort y desplazarnos hasta una zona de los sueños, donde se abre todo un mundo de posibilidades (aunque pueda producir un cierto miedo), puede ayudarnos a conseguir nuestras metas. Establecer una pedagogía del desafío (del reto continuo) como mecanismo para la mejora del sistema educativo puede ser una herramienta eficaz para conseguir una educación mejor, una sociedad mejor.
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Educación emocional: sentir para aprender

lunes, 7 de enero de 2013
"La sociedad moderna, que ha alcanzado un grado de educación formal sin precedentes, también ha dado lugar a otras formas de ignorancia." Jean-Claude Michéa

La educación siempre ha tenido que ver con verbos como leer, escribir, contar (en el doble sentido de calcular y de hablar). Con el paso del tiempo se incorporaron otros verbos como escuchar, hablar, pensar, comparar, deducir, construir.
Hoy, la educación necesita de la incorporación de nuevos verbos: cooperar, compartir, sentir, vivir... porque en nuestras aulas, como en la sociedad en general, aumentan los problemas de convivencia, los casos de acoso escolar (incluida su versión digital), los conflictos de disciplina...
Gracias a los estudios de Daniel Goleman y otros, sabemos que los aspectos emocionales están relacionados con el rendimiento académico y el bienestar personal tanto del alumnado como del profesorado. Sentirse bien con uno mismo y con los demás es una condición esencial para el aprendizaje. Emocionar en la escuela significa que “sentir” y “aprender” son conceptos dependientes y no antónimos como se cree habitualmente. Los aprendizajes vividos, aquellos que consiguen despertar sentimientos, emocionar, son los verdaderamente significativos y perdurables.
Buena parte de lo que hoy mal llamamos fracaso escolar tiene mucho que ver con una deficiente educación emocional, con la incapacidad para gestionar el conflicto y la frustración, de manera creativa y sin agresividad física o verbal. En la escuela actual, la gestión de las emociones es tan importante como la resolución de ecuaciones o conocer los elementos de la tabla periódica. Podemos olvidar las fechas exactas de los acontecimientos históricos (podemos encontrarlas con un solo clic), pero las capacidades emocionales y sociales que se aprendan en la escuela se utilizarán para toda la vida.
La participación activa de los alumnos en su propio aprendizaje y la existencia de un entorno propicio, respetuoso y bien gestionado son elementos clave para conseguir el aprendizaje emocional. También la tecnología, lejos de aislar al individuo o deshumanizarlo, facilita la socialización y es una herramienta eficaz para trabajar las emociones en el aula.
En un post anterior, Pedagogía de las pequeñas cosas, ya destaqué la importancia que tienen para la educación los detalles cotidianos, el reconocimiento del alumno, las pequeñas muestras de afecto. Ahora quisiera destacar cinco aspectos fundamentales a trabajar en la escuela desde la perspectiva de la educación emocional:
-  Autoconciencia: tiene que ver con el conocimiento de uno mismo, con la autoestima. Conocerse a uno mismo para entender mejor a los demás.
-  Autogestión: tiene que ver con la autonomía personal, con la capacidad de emprender y la creatividad a la hora de afrontar diferentes situaciones. 
-  Conciencia socialización: saber que se pertenece a una colectividad a un grupo y que el trabajo colaborativo puede hacernos mejor.
-  Comunicación asertiva: escuchar activamente a los demás, tener buenas habilidades de relación.
- Toma de decisiones responsable: saber que nuestras acciones tienen consecuencias para uno mismo y para los demás.
Enseñar a sentir en la escuela es una manera de luchar contra el analfabetismo emocional. Dejemos entrar los sentimientos en el aula.
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Abrir nuestras aulas al aprendizaje intergeneracional

viernes, 4 de enero de 2013
“A menudo se echa en cara a la juventud el creer que el mundo comienza con ella. Cierto, pero la vejez cree aún más a menudo que el mundo acaba con ella. ¿Qué es peor?” Christian Friedrich Hebbel

 
Sé que lo que vas a leer a continuación no es nada nuevo, pero hay cosas que el sentido común nos dice que hay que ir recordándolas de vez en cuando.

Aunque es cierto que, en los últimos años, nuestros menores pasan cada vez más tiempo con sus abuelos, por la imposibilidad de los padres de conciliar vida laboral y vida familiar, no es menos cierto que la brecha intergeneracional no ha disminuido, que la incomprensión entre nuestros jóvenes y nuestros mayores continúa siendo muy importante.

La función de los abuelos es de “guardería”, de cuidado y vigilancia, pero no tiene una intención educativa consciente. Es más, en ocasiones, no hay sintonía entre los mensajes educativos de los padres y los de los abuelos, convirtiéndose estos últimos en garantes de los caprichos de los niños.

La educación intergeneracional consiste en el intercambio de relaciones de aprendizaje y las interacciones entre menores y mayores. No se trata solamente de que las diferentes generaciones estén juntas, sino que se trata de dar una intencionalidad educativa a este intercambio. No cualquier tipo de interacción provoca aprendizaje intergeneracional; es algo más que el hecho de transmitir conocimientos.

Los jóvenes tienen mucho que aprender de los mayores, pero también mucho que enseñarles y viceversa. La sociedad necesita de todos (niños, jóvenes, adultos, ancianos) para alcanzar su máxima plenitud, es lo que desde Naciones Unidas se denomina una sociedad para todas las edades.

Deberíamos abrir nuestras escuelas e institutos a este tipo de interacción de aprendizaje. El intercambio de experiencias educativas intergeneracional debería ser obligatorio en todos los ciclos educativos, desde la educación infantil hasta la educación superior. Un espacio en la escuela donde se empleen los conocimientos, las experiencias, las destrezas específicas de cada generación para el enriquecimiento mutuo. En este sentido, las TIC puede (deben) jugar un papel fundamental al facilitar la comunicación y el intercambio.

El objetivo es eliminar barreras, obstáculos entre generaciones. Este tipo de aprendizaje consigue transformar la visión negativa de la vejez (las personas mayores se vuelven más activas, menos propensas a las enfermedades...) y dar un sentido de responsabilidad a las jóvenes generaciones transmitiéndoles valores como la solidaridad, la cooperación, el respeto.

Además, el aprendizaje intergeneracional es una estrategia muy eficaz en uno de los temas más interesantes en estos tiempos que corren: la educación permanente, pero eso lo dejamos para otra ocasión.
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